Más de una vez he oído decir: “Yo no puedo hacer artes
marciales”. Muchos creen que
el entrenamiento de artes marciales está dirigido sólo a personas jóvenes,
con gran preparación física y gran habilidad innata para ello.
Las
artes marciales o los deportes de competición, si son practicados de una manera
“amateur”, pueden ser ejercitadas por todos, atendiendo a las
particularidades de cada uno.
Sin
embargo, pese a lo antes dicho, puede que “no todos puedan practicar
artes marciales”, ya que los que han llegado a ser “grandes
maestros” no lo han sido por sus cualidades o habilidades físicas, sino por
un carácter en el que se destacaba la perseverancia para seguir pese a las
duras pruebas que se presentan en la vida y la humildad para volver sobre sus
pasos y replantearse lo recorrido.
En
honor a los maestros y a todos aquellos que saben que el camino hacia la
superación no es imposible, sino exigente; que no es difícil, sino complejo,
es que les dedico esta hermosa historia:
“Existía
en la antigüedad, un prestigioso
maestro que forjaba sables. Estaba una vez el maestro en su fragua, golpeando un
trozo de hierro candente, que introducía en el agua congelada para volver a
golpearle y ponerlo de nuevo al fuego. De
repente el trozo de hierro le preguntó: “¿por qué me trata Ud. tan
mal?, me ha tomado como un mineral, me ha fundido a temperaturas que sólo Dios
sabe, me ha juntado con otros minerales y... después me ha convertido en acero,
me sigue golpeando y abrazando una y otra vez. ¿Es que yo le he hecho algo?
Y de ser así, ¿es que no me va a dejar descansar?
El maestro siguió trabajando sin hacer caso de los reclamos que le hacía la lámina de acero. Hasta que por fin, una vez lijada y afilada, la puso frente al espejo, y la hoja al verse tan afilada, cortante y destellante no precisó ninguna respuesta”.