El Señor Leonardo (3ra. Parte)

La expresión de Leonardo era muy distinta a la que yo había conocido tiempo atrás, el estudio del piano lo había distendido, relajado, dado fe, esperanza, y una nueva apertura a la vida. Los días que tenía clase conmigo, mientras yo subía las escaleras hacia su departamento, escuchaba las secuencias de “arpegios” (sucesión de notas ejecutadas a dos manos sincrónicamente), que él ejecutaba hábilmente en su piano, realizadas con destreza y expresión, las cuales disfrutaba viendo su crecimiento día a día, y el entusiasmo con que se sumergía en la dimensión de la música. Sus manos ya se deslizaban cual “bailarinas en el teclado”...su musculatura ya no era tensa, por ende, su voz era más calma y pausada. En su casa se respiraba “paz y tranquilidad”, sus familiares y amigos disfrutaban de su compañía el fin de semana, y escucharle tocar melodías en el piano, sonreír y decir algún que otro chiste.

Su señora me contó que se pasaba largas horas ejecutando el piano, ejercicios y melodías que yo le dejaba de tarea. Leonardo fundía su espíritu en su piano, y el mismo se proyectaba en el espacio, como “Cántico de paz y libertad”.

Ya poseía más habilidad frente a las proporcionalidades; le había enseñando a “visualizar con la yema de sus dedos” y “proyectar su espíritu a través de la música”.

Un buen día, llamé a su esposa al comedor, donde le dictaba clases a mi alumno, ella se sentó a su lado, y le pedí a mi discípulo que tocara en el piano la obra musical que en secreto, le había enseñado, y que él quería obsequiar como regalo amoroso a su esposa.

Cuando Leonardo comenzó a tocar con dulzura el “Ave María”, lágrimas de felicidad se escurrían por el rostro de su compañera, que culminó con un emotivo abrazo...

Saludé (sin interrumpir) y me retiré, ya que ambos estaban en muy buena compañía, con nuestra amiga, “LA MÚSICA”.